Por Jorge Lagás / @cerebroatomico
Periodista y productor de radio Futuro.
Este 19 de mayo se cumplen 35 años del que fácilmente puede estar entre los mejores discos de música popular de la historia: “So” de Peter Gabriel, de 1986. El quinto disco en solitario del ex frontman de Genesis marcó un momento decisivo en el pop hecho arte, en hacer llegar la vanguardia a las listas de popularidad de todo el mundo.
Había pasado una década de su salida de Genesis, una decisión que tomó en su momento porque no quería tener que ponerse de acuerdo con nadie para dar forma a la música que le interesaba hacer. Como a muchos de sus colegas que venían del rock progresivo, la llegada de los años 80 significó un salto hacia nuevas formas. En el caso de Gabriel, su principal inspiración la encontró en África. Se sumergió en el conocimiento de ritmos, percusiones, temáticas que venían de la tradición de ese continente, persiguiendo la idea que tenía entre ceja y ceja, de alejarse del esquema europeo u occidental.
Al mismo tiempo, el desafío era fusionar todo eso con su otra obsesión: las nuevas tecnologías digitales de grabación. La cruza entre ambas cosas ya se había reflejado en sus discos anteriores. El último había sido “Security” de 1982 y después vino un parón de cuatro años, pero en ese tiempo no se quedó de brazos cruzados: trabajó en bandas sonoras y en crear su festival WOMAD, dedicado a las músicas del mundo. Y para mediados de los 80, se habían puesto de moda los festivales, canciones e instancias varias de ayuda humanitaria a África, de los que Gabriel podía considerarse un inspirador, pues venía cantando de eso desde fines de los 70.
En ese contexto salió “So”. En uno que ha sido llamado “la fase de ONG del rock”, en que las superestrellas de la música se sensibilizaron para mejorar el mundo… al menos en su discurso. La época del Live Aid, de “We are the world”, del perfilamiento de personajes como Bob Geldof y Bono. Y entre todo eso, Peter Gabriel ocupaba un lugar preponderante, porque prácticamente era el que lo hacía más en serio.
Y al mismo tiempo quería seguir empujando los límites musicales. Trabajó con el productor Daniel Lanois, discípulo de Brian Eno, que venía de producir “The unforgettable fire” de U2. Y se armó un grupo de colaboradores que de algún modo era una expresión del tan ansiado concepto de “música del mundo” que perseguía el artista: el baterista franco-marfileño Manu Katché, el vocalista senegalés Youssou N’Dour, el violinista indio L. Shankar y el percusionista brasileño Djalma Correa.
El primer single fue “Sledgehammer”, que comenzaba con una flauta de bambú y después daba paso a un pop inspirado en el soul de los 60. De hecho para la trompeta reclutó a Wayne Jackson, que tocaba con Otis Redding en esa década. Una canción pop, con una letra de doble sentido, donde se veía que lo estaba pasando bien, era un quiebre respecto de su trabajo anterior. Y tema aparte fue su videoclip, el más innovador que se había creado hasta entonces. Usando animación en stop-motion, claymation y videografía en time-lapse, se convirtió en sensación de MTV, ganó 10 Video Music Awards y hasta hoy es fijo en cualquier recuento de mejores videos de la historia.
El siguiente single, “Big time”, aparte de lucir el bajo de Tony Levin (John Lennon, King Crimson), tuvo otro video animado, casi igual de impactante.
No todo fueron ritmos prendidos y animados: el otro lado lo representó “Don’t give up”, la estremecedora balada junto a Kate Bush, desde la perspectiva de un hombre a punto de perderlo todo y una mujer pidiéndole que no se rinda. De alguna manera buscaba representar la asfixia de la clase trabajadora británica ante las duras medidas de Margaret Thatcher en esa época. No es la primera colaboración entre ambos, pero sin duda la más recordada, y que también dejó una imagen asociada a su sonido: la de los dos cantantes abrazados en el video.
Y hay más emociones: “In your eyes”, una de las más logradas fusiones de pop-rock con música africana, una joya de producción, y un resumen de lo que Gabriel venía buscando hace rato, juntar sus emociones en una música que tuviera un alcance global. Una canción de amor, de enamoramiento (que no es lo mismo) y de autodescubrimiento. Y de pasada convirtió a su invitado Youssou N’Dour en una figura importante. Si bien el senegalés ya era muy conocido en su país, no lo era todavía fuera de África. Peter Gabriel no solamente lo incluyó en su disco, también lo subió a su gira y prácticamente se convirtió en su promotor.
“So” es, en definitiva, el tipo de disco que es muy pop y al mismo tiempo tiene propósitos muy elevados. Y que consigue éxito comercial, respeto de la crítica y no cede ni un ápice en lo artístico. Se queda con pan y pedazo. Y le tapa la boca a los que creen que estas cosas son necesariamente contrapuestas, o que al gran público no le da para captar la sensibilidad de algo más sofisticado.
Un imprescindible en cualquier colección.