KING CRIMSON, GRACIAS POR EL ROCK PROGRESIVO

Por Jorge Lagás / @cerebroatomico
Periodista y productor radial.

Empezar a hablar de King Crimson, al igual que dar play a alguno de sus discos, es abrir una puerta a la locura y hoy tenemos tres potentes razones para hacerlo: se cumple un año de su histórica primera visita a Chile, hace pocos días estuvo de aniversario su pasmoso álbum debut y por último porque siempre es buen momento para verter unas palabras sobre lo que significa el Rey Carmesí en la historia de la música.

Lo primero: 12 de octubre de 2019, la fecha que recuerda el desembarco de Colón en nuestro continente, adquiere toda una resignificación con el desembarco de Robert Fripp y su banda por primera vez en Chile. Esa primera quincena de octubre tuvo una seguidilla de conciertos espectaculares para los fanáticos del rock internacional, todos llenos y con muy buenas performances. Pero de todas, tal vez la que se llevó más elogios y sentó nuevos estándares fue la de King Crimson.

Lo que se vio en esas dos jornadas en el Movistar Arena fue simplemente perfección. Desde el rayado de cancha de Fripp de no permitir celulares ni cámaras para poder disfrutar la música sin distracciones, la sensación en el aire de asistir a algo esperado por décadas y la concreción de esas dos horas (cada día) donde nada pudo ser mejor de como fue: la configuración con tres baterías, el sonido impecable, el repertorio, la ejecución de monstruos como Tony Levin y Jakko Jakszyk y la figura de Robert Fripp al fondo como director de lo que podría llamarse, parafraseando a un viejo amigo, «la orquesta de cámara del rock progresivo».

Estamos hablando de 2019, pero esta historia comenzó mucho antes, específicamente 50 años atrás (51, a estas alturas). En 1969, el 10 de octubre, justamente por estas mismas fechas, salió su disco debut «In the court of the crimson king». Una de esas piezas que cambiaron la historia, que dieron vuelta todas las reglas y convenciones para hacer lo que muy pocos discos han hecho: crear un nuevo género musical. Y no cualquiera, sino el género que siempre busca reinventarse, romper los límites, salirse de la caja: el rock progresivo.

Había otros innovadores desde antes, la psicodelia había hecho lo suyo y el final de los años 60 era una explosión de nuevos movimientos de donde salieron los estilos que dominaron las décadas siguientes. Pero lo de «In the court of the crimson king» era único. Nada había sonado así antes, nadie podía quedar indiferente ante ese arrebato de influencias del jazz, del blues, de la música clásica y de algo inclasificable que venía de la mente de su principal mentor, Robert Fripp.

La placa tiene un lugar asegurado en cualquier recuento serio de mejores discos debut de la historia y el honor de ser la primera obra maestra del rock progresivo, que como género estaba recién en pañales y fue precisamente «In the court of the crimson king» lo que terminó de configurarlo. Ese mismo año ’69 también debutaban bandas como Yes y Genesis, pero todavía no estaban cerca de alcanzar todo su potencial, como sí lo hicieron algunos años más tarde.

En contraste, King Crimson lanzó todo su potencial a chorro en su primera oportunidad. Y afortunadamente fue así, porque le dio impulso a la época dorada que vivió este estilo en los años 70: con el Reino Unido como principal enclave, pero pronto esparciéndose a otras latitudes, fue el que le dio características de arte al rock y a la música popular. Y, lo más importante, abrió las mentes y las cabezas de miles de personas alrededor del mundo, inspiró nuevos niveles de imaginación, invitó a soñar, echó abajo los límites que otros habían establecido y que se creían inamovibles. ¿No se pueden hacer canciones de más de 4 minutos? Hagamos una de 20. ¿No se puede improvisar en una canción? Hagamos largos pasajes improvisados. ¿No se cruzan el rock con lo sinfónico? Convirtamos la banda en una orquesta.

Los grandes de la época dorada del progresivo, que hasta hoy son referentes para las nuevas generaciones, incluyen a Yes, Genesis, Rush, Emerson Lake & Palmer, Jethro Tull, Pink Floyd, Camel, Gentle Giant, entre otros, aparte de los mismísimos King Crimson. Todos viviendo su gran momento en los años ’70, una era única donde se cruzaron los planetas para ver nacer material alucinante.

Exceptuando a los canadienses Rush, la mayoría de los grandes venía de Inglaterra, pero no era la única fuente: se abrían focos en Francia, con grupos como Magma y Gong; en Italia, con Premiata Forneria Marconi y Banco del Mutuo Soccorso; en Estados Unidos, con Kansas, Mahavishnu Orchestra, Weather Report y el siempre inquieto Frank Zappa, sólo por nombrar algunos.

En la década siguiente aparece una nueva generación que fue conocida como neo-progresivo, con bandas como Marillion, IQ o Pendragon. Al mismo tiempo se abren estilos derivados y fusionados con otros, como el heavy metal progresivo, encarnado en grupos como Queensrÿche y Fates Warning.

Ya en los 90 vuelve a revitalizarse con exponentes como Dream Theater, Porcupine Tree o The Flower Kings, muchos provenientes de estas fusiones con otros géneros. También es evidente la influencia de tendencias progresivas en grupos de gran éxito en el rock de esa década, como Tool y Radiohead.

Y posterior al 2000, la aparición de bandas como The Mars Volta, superbandas como Transatlantic o la carrera solista de Steven Wilson, han mantenido a la música progresiva avanzando por nuevos caminos. Progresando, tal como dice el significado semántico del término. Una marcha que partió hace 51 años y que esperamos que no se detenga nunca.

Algunos recomendados del progresivo de todos los tiempos:

King Crimson – In the court of the crimson king (1969)
Yes – Close to the edge (1972)
Genesis – Selling England by the pound (1973)
Rush – Hemispheres (1978)
Marillion – Fugazi (1984)
Queensrÿche – Operation: Mindcrime (1988)
Dream Theater – Images & words (1992)
The Flower Kings – Stardust we are (1997)
Transatlantic – The whirlwind (2009)
Steven Wilson – Hand Cannot Erase (2015)

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