Con su disco número 12 en casi la misma cantidad de años, la uber-mega estrella recurrió al rey midas de los hits, el sueco Max Martin, para volver al pop en gloria y majestad. Sin embargo, la crítica se mostró dividida y muchos consideran que es el disco más flojo dentro de una discografía que se ha puesto en el olimpo.
Felipe Ramos
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Existen discos que parecen predestinados al éxito y luego está “The Life of a Showgirl”. El podcast en que Taylor Swift anunció el lanzamiento de su décimo segundo disco obtuvo 500 millones de visitas; el “evento de lanzamiento”, con un video que cualquier otro lanzaría en YouTube se pasó en funciones de cine en más de 100 países, vendiendo solo en los Estados Unidos más de 15 millones de dólares en tickets en 24 horas. Qué decir de su salida en Spotify, donde se transformó en el disco más escuchado en un solo día. “Ahora soy inmortal”, canta Swift en la canción que da nombre al disco, en lo que parece no tanto una expresión extravagante como la connotación de un hecho.
La gran mayoría no esperaba un disco nuevo por ahora, aún cuando todos conocen el ritmo demoledor de trabajo que tiene Taylor Swift y su entendimiento de como funciona la industria del pop y su constante clamor por más contenido. Sin embargo, tras dos años de gira con su Eras tour, uno habría esperado que se tome vacaciones y planee su tan comentada boda. Pero no, tras solo 10 meses de haber parado la gira, aquí está con un nuevo álbum.
A diferencia del disco del año pasado, “The Tortured Poets Department”, que con su versión extendida llegó a durar casi dos horas y media, las 12 canciones de este disco suman solo 40 minutos, mientras que sus colaboraciones con Jack Antonoff de Bleachers y Aaron Dessner de The National no están por ninguna parte. “The Life of a Showgirl” fue hecho con Max Martin y Shellback, el dúo sueco que coescribió y produjo los hits de Swift “Shake it off”, “Blank Space”, “Don’t Blame Me” y “Bad Blood”.
Y aunque eso predecía algo similar no lo va a encontrar en Showgirl. El pop de “Reputation” y “1989” está ausente, y en cambio, lo que domina es una suerte de soft rock con guitarras acústicas, sintetizadores suaves, orquestaciones aún más suaves y coros etéreos. Aquí lo que hay no es hedonismo de pista de baile sino una aproximación al sonido de Lauren Canyon y Fleetwood Mac.
Algo que llama todavía más la atención es la falta de ganchos y melodías memorables. Las canciones están bien hechas, pero casi no hay momentos que rompan el letargo. “Showgirl” tiene un coro a la altura de su discografía en “Elizabeth Taylor”, mientras que la emocionalidad de Swift solo aparece en “Ruin the Friendship”, en que la encuentra regresando a su pueblo para asistir al funeral de un chico con el que quisiese haber salido. En “Actually Romantic” hay una secuencia de acordes muy buena, pero que es calcada a la que Frank Black de Pixies escribió hace 37 años para “Where is My Mind?”. El resto flota de oído en oído sin brillar en demasía, algo que llama la atención luego de escuchar a Taylor decir que mantiene “la barra muy alta”.
Las letras, supuestamente inspiradas en su vida durante el Eras tour, ocasionalmente apuntan a donde uno espera que haga Taylor Swift. En “Actually Romantic” ataca a una cantante pop rival, dejando suficientes pistas para saber que se trata de una respuesta a Charli xcx y su canción “Sympathy is a Knife”. Por otro lado, en “Canceled!” apunta sus dardos a Kanye West mientras que en “Father Figure” trapea con el exjefe de su disquera, sin embargo, ninguna de estas canciones y ataques logra hacer click, quizás porque ambos ya han sido víctimas de sus venganzas líricas o quizás porque cuando eres la estrella más grande de la música, se entiende que tiene demasiada ventaja, y eso se ve mal.
Quizás la mejor parte de las letras del disco está dedicada a su relación con su novio Travis Kelce. De ahí que “Wi$h Li$t” con sus sueños de una vida doméstica reflejen cómo Swift ha ido creciendo junto a su audiencia, y que quienes iban al colegio escuchando “Love Story” o “Fifteen” ahora han pasado con creces la treintena y que también estén contemplando la posibilidad de “dos hijos” y “una entrada con un aro de básquetbol”.
Luego está “Wood”, una canción que a nivel metafórico está al nivel de una conversación de curados en un bar de mala muerte, en la que se refiere al pene de su prometido como su “vara mágica”, su “árbol” y su “rock dura”. Y aunque ella puede escribir de lo que quiera, comparar el pene de su novio con una vara mágica constituye una escritura débil para alguien que ha construido su nombre por ser, aparentemente, más ingeniosa como compositora que sus pares.
En una vuelta hacia el country-pop, “The Life of a Showgirl” (la canción) junto a Sabrina Carpenter peca de exceso de sentimentalismo, pero introduce una nueva personalidad con una historia que contar. Es uno de los momentos en que el álbum alcanza una idea mayor, un concepto familiar que no se ha hecho antes; sin embargo, en el resto del disco como cualquier cosa pop que haya sonado en los últimos 10 años