El disco que llevó a la banda británica hacia la adultez y la reflexión cumple cinco décadas con más vigencia que nunca. Su carácter melancólico, personal e introspectivo, adornado con bellas melodías y quizás las mejores guitarras compuestas por David Gilmour, lo mantienen como una obra esencial. Para diciembre se anunció la salida de un boxset conmemorativo.
Felipe Ramos
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Para una banda que había liderado la ola psicodélica en Inglaterra a fines de los sesenta, perdido a su líder y principal compositor, y alcanzado el éxito planetario con un disco sobre la locura como The Dark Side of the Moon, los primeros ocho años de Pink Floyd fueron una montaña rusa de sonidos y experiencias que los dejó al borde del agotamiento y la vacuidad creativa.
Tras vender millones de discos, el dilema era transformarse en un grupo maduro sin perder relevancia, justo cuando los críticos calificaban las nuevas canciones que los Floyd probaban en vivo como “sin ideas y producto de una banda cansada”, mientras Johnny Rotten, de los Sex Pistols, caminaba por Londres con una polera que decía “I Hate Pink Floyd”. En ese escenario, los mismos miembros se sentían desconectados entre sí, algo evidente si se considera que Nick Mason estaba más interesado en abrir una concesionaria de autos junto a su dealer de Aston Martin que en tocar batería.
Aunque sabían lo que era recibir críticas despiadadas, al reunirse en los estudios Abbey Road a comienzos de 1975 aceptaban que sus detractores tenían parte de razón. Llegaban tarde, se iban temprano a jugar tenis y hasta consideraron grabar un disco con instrumentos poco tradicionales, un impulso semejante al de sentarse frente al computador solo para evadir el trabajo pendiente. Entre copas de vino, esperaban ese acorde mágico.
Y apareció. Cuatro acordes —Si sostenido, Fa, Sol y Mi— con mucho delay en la guitarra de David Gilmour. Roger Waters escuchó en esa secuencia una melodía extraña y hermosa, trágica y llena de potencial. Pensó en Syd Barrett, el líder original y vocalista que había dejado la banda a fines de los sesenta debido a su frágil salud mental, justo antes de que Pink Floyd alcanzara la fama que ahora los tenía paralizados.
Descrito como un disco sobre la “ausencia”, Wish You Were Here es en esencia un álbum sobre la ausencia de Barrett. La letra que acompaña el riff de Gilmour apunta directamente a la falta de aquel primer compañero, desarrollándose a lo largo de los 25 minutos de Shine On You Crazy Diamond, canción dividida en dos partes para abrir y cerrar el álbum. En ambas, Waters evoca a Barrett como si se tratara de un héroe mítico, invocando su creatividad y energía para guiarlos. “Fuiste atrapado en la balacera de la niñez y la fama”, clama Waters, despejando cualquier duda sobre el destinatario. Para reforzar la conexión, Richard Wright añade una melodía tomada de See Emily Play.
De este modo, Wish You Were Here marcó un nuevo rumbo creativo. Si The Dark Side of the Moon alcanzó la trascendencia al explorar la condición humana, aquí predominan la tristeza y la melancolía, plasmadas en largas y solitarias sesiones de grabación, improvisaciones con la radio y conversaciones interminables en la sala de control. “A todo esto, ¿quién es Pink?”, se escucha en Have a Cigar, uno de los pocos momentos livianos del álbum. La canción, curiosamente, no está cantada por ningún miembro de la banda: ni Gilmour ni Waters se sintieron cómodos con las notas, y fue Roy Harper, que grababa en un estudio vecino, quien puso la voz, reflejando las dudas y cansancio que atravesaban los Floyd.
Lo que demuestra este disco es que Pink Floyd sabía transformar cada canción en un mundo visual, intrincado y evocador, imposible de confundir con otra banda. Por eso Wish You Were Here es quizá el álbum más cohesionado de su discografía, aunque consta solo de cinco temas. Fue también un punto de inflexión: desde entonces el camino sería más difícil y las disputas, cada vez más insalvables. Aunque su peso cultural no alcance al de The Dark Side of the Moon ni a la conceptualidad de The Wall, sigue siendo un álbum que refleja los dolores del crecimiento y las desilusiones de la adultez. Todo ello acompañado de una de las portadas más icónicas de la historia, obra de Storm Thorgerson y el estudio Hipgnosis.
Una de las historias más recordadas del disco es también la más perturbadora. Una tarde de junio de 1975, Barrett apareció en el estudio, físicamente irreconocible: obeso, rapado y con la mirada perdida. Sus antiguos compañeros no podían creer que era él. Fue la última vez que lo vieron antes de su muerte en 2006. Gilmour ha confesado que piensa en él cada vez que canta Wish You Were Here, canción que suele describir como “un sencillo tema country”. Se ha escuchado tantas veces en la radio, como si fuera una balada romántica, que cuesta recordar el trasfondo doloroso que la inspira: la paradoja de una banda que lo tuvo todo y aun así se sintió atormentada por el precio de sus sueños. Al fin y al cabo, “Wish You Were Here” —lo que dicen las postales de lugares hermosos— también significa que estás solo.
El 12 de diciembre saldrá un boxset conmemorando los 50 años del disco, que incluirá demos y una presentación en vivo en Los Ángeles. Ya se puede escuchar en distintas plataformas The Machine Song (Demo #2, Revisited), una versión primitiva de Welcome to the Machine.